lunes, 20 de septiembre de 2010

Salud pública y cultura popular: Ana Gallardo y su escuela de baile utópica

A partir de las herramientas del dibujo participativo, la investigación etnográfica y la incorporación de la materia social al cuerpo de su obra, Ana Gallardo pone el foco en un cúmulo de cuestiones culturales y políticas que van de la singularidad de las historias de vida a las condiciones de existencia en las sociedades contemporáneas: ya se trate de las marcas de la violencia de la dictadura en una vieja casona de Buenos Aires, de los elementos empleados comúnmente para realizar abortos caseros o de la memoria de la militancia sindical entre los ex empleados de una empresa de trenes, Gallardo siempre parte de los relatos personales para desarrollar instalaciones que combinan técnicas como la historia oral y la investigación participante con el empleo de medios plásticos en sentido estricto, pero que también nos desafían a reconocer las visiones políticas y las expectativas proyectuales inherentes al empleo de estos métodos, y a identificar aspectos institucionales y educacionales en una práctica tan simple como puede ser el baile.

El danzón como proyecto pedagógico

Un lugar para vivir cuando seamos viejos, su proyecto en colaboración con Ramiro Gallardo y Mario Gómez Casas, expande este horizonte de preocupaciones a la formulación de un objetivo utópico: la posibilidad de pensar en condiciones de vida para la vejez que superen la imagen que se tiene de ese momento de la vida en la cultura contemporánea: al decir de la artista, “una imagen desfavorable del envejecimiento que se asocia solamente con enfermedad, carencias económicas, decadencia física o psíquica”. El proyecto incluye simultáneamente una instancia exhibible y un trasfondo de investigación en proceso, bajo la idea reguladora de diseñar una institución, “un espacio ideal para nuestra vejez” (“
www.unlugarparavivircuandoseamosviejos.blogspot.com”). Pero este deseo utópico y constructivo no toma aun la forma de un diseño físico, sino que parte de un involucramiento vivencial con la el danzón y su idiosincrasia.

En Ciudad de México, donde residió durante muchos años, Gallardo se interiorizó con la cultura del danzón, un tipo de baile popular practicado por los ancianos en las plazas públicas. Allí conoció a don Raúl, y luego a Lucio y Conchita, que son pareja de baile hace nueve años y a quienes invitó a la bienal a dar clases de baile y relatar sus experiencias, junto a María Ascención, una maestra de danzón.

Al reconstruir materialmente el espacio de una danzonera (una sala de baile improvisada que consta casi íntegramente de un toldo que protege del sol), Gallardo encuentra un denominador común entre la dinámica del trabajo colaborativo, la problemática de la vejez en el mundo actual y la posibilidad de vincular expectativas utópicas con tradiciones populares firmemente asentadas en una idiiosincrasia local. Esta reconstrucción va más allá de la mera teatralización de los diferentes mecanismos colaborativos que dan origen a diferentes resultados formales (performance, video, dibujo) en la medida en que el interés no está puesto en dar una vuelta de tuerca sobre la fórmula de “la-exhibición-como-algo-más”: al operar conjuntamente en ciudad de México (de donde parte la investigación), en el terreiro (en el que tienen lugar las clases de danzón a las que el público de la bienal puede asistir gratuitamente) y en el espacio de exhibición propiamente dicho (donde se ofrece una documentación de todo el proyecto y una instalación de dibujos), Gallardo involucra la problemática de las condiciones de presentación al desarrollo de su proyecto, como si deseara evitar los efectos de espectacularidad asociados con los dispositivos de exhibición del arte contemporáneo y sus sistemas de metáforas: “la instalación como investigación etnográfica”, “la escultura como baile”, la “exhibición como escuela de baile”, etc. Superponiendo instancias de presentación, Gallardo logra mantener la no identidad entre el proyecto y su posibilidad de ser exhibido.

Asilo, plaza, baile: modelos de institución

En un sentido estricto, sin embargo, la pieza podría considerarse como una suerte de ready-made experiencial: lo que Gallardo trae de las plazas de México a las salas de Ibirapuera no es ya un objeto sino toda una práctica cultural, cargada de una semiosis particular y con usuarios/participantes reconocibles. Pero su interés no radica en esta operación de traslación sino en el efecto de diseminación que el contacto con el danzón puede tener en las personas. Al producir simultáneamente una instalación documental y una escuela de baile, el trabajo hace foco en la comunicación con el público y en la proliferación de una experiencia regulada por un arco de preguntas bien claro: la práctica del baile, la ocupación del espacio público, el contacto con otros y la producción de formas de sociabilidad a partir de un hobby compartido hacen de la cultura del danzón un fenómeno de muchas capas, en el cual Gallardo encuentra algunas respuestas para la problemática de la vejez, habitualmente relacionada con el aislamiento, el disciplinamiento, la falta de diversión y la ausencia de contacto con pares. El danzón aparece así como un mecanismo que pone en circulación la energía, la alegría y el erotismo y que ayuda a poner entre paréntesis las ideas usuales sobre la vejez que circulan en la sociedad.

Desde este punto de vista, Un lugar para vivir cuando seamos viejos no es ya una obra participativa o relacional, sino una suerte de ensayo de arquitectura utópica. El baile en la plaza es analizado como un tipo de forma institucional abierta, a partir de la cual es posible proyectar una visión de la vida, capaz de incorporar la dimensión del bienestar y el eros al tejido de instituciones que regulan a la sociedad. Las historias de vida y los aparatos de Estado se cruzan en tanto la cuestión de la vejez es asumida como un problema de salud pública (de la misma manera que el aborto ilegal y la prostitución infantil, otros temas tratados por Gallardo en trabajos como Identikit, 2008, y A boca de jarro, 2009) que puede sin embargo conjugarse en diferentes narraciones personales y recibir una solución que no proceda del imaginario heurístico de la construcción, sino de las tradiciones populares que se desarrollan espontáneamente en el espacio público en las ciudades latinoamericanas. Finalmente, la posibilidad de abordar una problemática pública a través de las historias de vida y de la cultura comunitaria nos habla de la importancia visceral que la colaboración, la participación y el público (entendido como un factor dinámico en la producción artística) tienen en el trabajo de Ana Gallardo, pero también nos dice algo sobre los desafíos de generar proyectos artísticos con una fuerte articulación institucional orientados sobre problemáticas sociales: quizás la
eficacia radica en reconocer las utopías que ya están funcionando.

por Claudio Iglesias para un lugar para vivir cuando seamos viejos, Bienal de San Pablo, septiembre 2010.
Claudio Iglesias: arte contemporáneo. Crítica e investigación.

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