sábado, 23 de agosto de 2008

No quiero saber muchas cosas sobre el futuro, me pongo celosa, envidiosa, me da miedo, porque no las voy a disfrutar.
Una noche de este pasado verano estábamos con mi hija Rocío en Mazunte, una maravillosa playa Oaxaqueña. Tiradas en la arena contemplábamos las estrellas, comíamos papas fritas, tomábamos una cerveza sabrosísima. Ella proponía juegos, dudas, adivinaba el futuro, trataba de comprender lo que sucedía en el cielo. Yo no tengo respuestas y cada día que pasa, cada día que me pasa a mi, que me siento más grande, esa situación de tirarme así me produce dos sentimientos ferozmente opuestos: por un lado siento un gran placer, enorme placer por todo lo que implica la belleza, el misterio, la inmensidad, la noche , el universo, las estrellas, el cielo y por otro lado no soporto esas mismas cosas , ya que algún día no voy a estar.
Los avances de la ciencia me dan envidia, lo que va a suceder.
A medida que me pongo un poco mas vieja hay días que prefiero no saber del futuro.

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